Los euskarianos llevaban los cabellos largos y flotantes como las mujeres, pero cuando iban a la guerra los recogían con una venda de cuero que ceñían a su frente. Son tan diestros para engañar con emboscadas, como para evitar las que su enemigo les tiende; con una agilidad que se ha hecho en ellos proverbial. Hacen sus evoluciones militares con mucho orden y facilidad.
Su táctica es particular: ellos se lanzan impetuosamente sobre el enemigo desde un lugar ventajoso desde donde, sin guardar distinción de puestos o de rangos, se precipitan por pelotones esparcidos.
Obligados a ceder por la fuerza numérica, ellos retroceden y huyen, no a la desvandada sino para reunirse todos en un lugar ya prefijado, para de allí volver a caer otra vez sobre los que les persiguen.
Ellos se baten sin cascos ni cota de malla; armados de una corta espada de dos filos.
Otros llevan lanzas guarnecidas de cobre y flechas aceradas que lanzan con una destreza insuperable.
No tienen más arma defensiva que un pequeño escudo cóncavo de dos pies de diámetro.
Solamente algunos jefes cubren su cabeza con unos cascos tejidos de nervios y adornados con tres plumas.
Los caballos de su caballería están muy acostumbrados a escalar las montañas y saben muy bien doblar las rodillas en caso necesario; ordinariamente montan dos sobre cada caballo a fin de poder, si es preciso, pelear el uno a pie y el otro montado, lo cual es de muy positivas ventajas.
Tienen un desprecio absoluto para la muerte, y son pródigos de su vida en los combates; ni el hambre les vence, ni la sed les sofoca, ni el frío les recluye, ni el calor les fatiga, sólo les apena llegar a una vejez inútil.
(Julio César: "De Bell Civili" Libro I)
26 febrero 2010
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